Los
símbolos sacramentales son símbolos de Cristo y en consecuencia signos de la
fe. Cristo escogió para símbolos de la realidad sobrenatural sólo las cosas que
tienen una interna propiedad o afinidad para ello. El
agua, óleo, pan y vino; tienen la aptitud de designar lo que deben designar
según la voluntad de Cristo.
En
palabras de San Agustín:
"Las cosas sensibles
tienen por naturaleza cierta aptitud para significar los efectos espirituales;
pero esa aptitud propia y natural es determinada a significar algo concreto por
institución divina” (Suma Teológica III, q. 64,
art. 2)
Lo
que significan las cosas visibles de la tierra se cumple en Cristo en el pleno
y definitivo sentido; Él es el verdadero pan, luz, la vida, la vid verdadera. Lo
que es el pan para la vida natural, según su natural significación, es Cristo
para la vida sobrenatural. Tal
relación es descubierta no por la razón natural, sino por la Revelación, ya que
aunque las cosas se ordenan a Cristo, ocultan a la pura razón natural su inmanente
propiedad fundada e instaurada por Dios.
Si
la fe es la medida para entender el signo visible, no puede ser interpretado a
capricho por la comprensión de los elementos naturales. No se puede, por
ejemplo, traspasar al ámbito de lo sobrenatural todas las funciones y
utilidades que el agua tiene en el reino natural; en la interpretación del
bautismo sólo pueden tenerse en cuenta los puntos de vista garantizados por la
palabra de la fe.
Tales
cosas elegidas tienen una relación con Cristo más íntima y viva que la que
tienen las demás; son acogidas en el simbolismo e instrumentalidad de su
naturaleza humana.
Ya
durante su vida terrena incluyó Cristo en su obra salvadora ciertos objetos
distintos de su cuerpo, por ejemplo, en la curación del ciego de nacimiento;
subrayan y acentúan la significación simbólica de sus gestos corporales; eran
en cierto modo continuaciones y ampliaciones del simbolismo salvador realizado
en su naturaleza humana. Esos objetos que revelan el amor de Dios están bajo la
ley de toda la Revelación:
revelan a Cristo velado y encubierto y sólo los creyentes pueden entenderlos
como revelación de su amor.
Un
sacramento es un encuentro personal con cristo resucitado, que exige fe y
sinceridad. Un encuentro entre dos
personas únicamente se hace realidad, si ambas lo desean real¬mente. Cristo
siempre está dispuesto. ¿Nosotros también? A veces hay tanta frecuencia de
Sacramentos, ¡y tan poca santidad!
¿Deseamos
realmente el encuentro con Cristo con fe, sinceridad y la disposición de darle
preferencia en todo? ¿Nos preparamos para ese encuentro? ¿O te confiesas porque
tu esposa te insiste, comulgas porque "todos se van adelante", te
casas por Iglesia porque si no "los otros podrían hablar", o te vas a
Misa porque otros te presionan? Sacramentos recibidos de esa manera
habitualmente, ¡no cambian ni salvan a nadie!.
Cuánto más consciente uno
participa en las celebraciones de los Sacramentos y los vive, tanto más su vida
se va a llenar de la presencia amorosa de Dios. En cada sacramento tenemos la
certeza de la acción de Dios, si están realizados como Jesucristo y la Iglesia lo disponen, pero
de parte nuestra tiene que estar la apertura de corazón, una participación
consciente, activa y que de sus frutos.