Es verdad que la liturgia nos quiere introducir en la vivencia del
acontecimiento de la salvación por medio de los ritos: "para que
contemplando a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible"
(Prefacio I de la Navidad), pero también es cierto que todas las
manifestaciones de Dios han sido "humanas".
Dios quiere manifestarse desde sí mismo a los hombres. Para ello necesita
una mediación para llegar a la capacidad de recepción humana. Dios se ha revelado.
El amor de Dios es concreto y tiende a lo concreto. Por esto, se ha manifestado
sacramentalmente: con signos, señales, palabras y acciones.
La liturgia cristiana también es lugar en el que esta visión de las cosas
entre en contacto con la Biblia. Para ello, hay que vivir la liturgia en toda
su profundidad y conectarla con la historia según las dos dimensiones del
profetismo bíblico: La dimensión activa en la denuncia de las injusticias y La
dimensión pasiva de espera de una etapa mesiánica en donde serán totales y sin
mancha alguna la justicia y la paz.
En la experiencia litúrgica cristiana el hombre puede encontrar no sólo la
inspiración y la fuerza para su lucha por la justicia, sino también una
respuesta a sus grandes problemas existenciales y la liberación de todos los
falsos absolutos e ídolos.
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