viernes, 9 de agosto de 2013

LA IDEA SACRAMENTAL EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD (RATZINGER)


Podríamos llamar sacramentos de la creación a los que brotan en los momentos decisivos de la existencia humana y dan una imagen, tanto de la esencia del hombre, como de la forma de relacionarse con Dios. En el curso de la historia, el ámbito específicamente humano y espiritual desarrolla también sus momentos decisivos, entre los cuales hay dos principales. 

El primero surge de la vivencia primitiva de la culpa. Hay, pues, una especie de sacramento de la penitencia de los tiempos primitivos de la historia humana. En las religiones de los pueblos esto desembocó en las formas más curiosas: en un culto al lavarse, a los medios de purificación, al traspaso de la culpa a animales y esclavos. Donde manifiesta un conmovedor anhelo de purificación.



Una segunda fórmula de estructura semejante a la sacramental se encuentra en el oficio de rey y sacerdote: los servicios decisivos en la comunidad remiten de nuevo al fundamento de lo humano; no se agotan en su finalidad social, sino que expresan la transparencia de lo divino en lo humano.



Mientras el primer grupo de fórmulas sacramentales en que nos fijábamos se funda en la relación entre bios y espíritu, y convierte la conexión permanente de hombre y cosmos en un signo de la unión entre lo divino y lo humano, el segundo grupo se aferra a lo propiamente humano del hombre, de donde nace su historia colectiva e individual.

En la antigua Iglesia se interpretaba como sacramentos hechos históricos, palabras de la sagrada Escritura, realidades del culto cristiano, que transparentaban el hecho salvífico de Cristo y dejaban ver lo eterno en lo temporal, presentando incluso lo eterno como la única realidad auténtica. Por ejemplo, la historia del diluvio la llaman los padres sacramento, porque en ella se hace visible algo del misterio del nuevo comienzo.


En Jesús, en la revelación del sacramento Dios ya no aparece como el misterio profundo del cosmos, sino como el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; más exactamente, como el Dios de Jesucristo. Un Dios que vive para los hombres y que se define por su comunidad con ellos.



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